Para los antiguos griegos y romanos, el infierno era un lugar físico que se encontraba comunicado con el mundo de los vivos y al que, por tanto, se podía acceder a través de una puerta que situaban cerca de la ciudad turca de Hierápolis. Durante años, encontrar la entrada al inframundo ha sido el objetivo de muchos arqueólogos.
Según los documentos históricos, esta entrada al Averno estaba rodeada de vapores letales, de forma que cualquier animal que pasara a su interior encontraba una muerte instantánea, tal y como escribió el geógrafo griego Estrabón en el siglo I a.C.
Esta ciudad, ubicada en la actual Pamukkale y declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1998, alcanzó su máximo esplendor bajo el dominio romano, donde fue famosa por sus aguas termales a las que se atribuían propiedades curativas.
En sus alrededores se encontraron numerosas ruinas que formaban un gran complejo ceremonial. Entre ellas, localizaron un templo, una piscina y una serie de escalones que concuerdan con las descripciones que las fuentes antiguas hacen del lugar. Además, encima de unas columnas situadas en la entrada de la cueva podía leerse una inscripción dedicada a los dioses del inframundo.
Según narra el arqueólogo, durante la excavación vieron cómo varios pájaros morían asfixiados cuando trataban de acercarse a la entrada de la cueva, de la que emanan abundantes gases letales. Aunque quizá sea una advertencia de Plutón para que no crucemos la entrada y rompamos casi dos milenios de tranquilidad.
La puerta del infierno en Turquía.
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